Cuando la periodista estadounidense Celia Farber valientemente publicó en Harper’s Magazine (marzo de 2006) el artículo “Fuera de control: el SIDA y la corrupción de la ciencia médica”, algunos lectores probablemente intentaron asegurarse de que esta “corrupción” era un caso aislado. Esto está muy lejos de la verdad. Es solo la punta del iceberg. La corrupción de la investigación es un fenómeno generalizado que actualmente se encuentra en muchos problemas de salud importantes y supuestamente contagiosos.
La investigación científica sobre virus (o priones en el caso de la Enfermedad de las Vacas Locas ó EEB) se deslizó por el camino equivocado siguiendo básicamente el mismo camino sistemático. Este camino siempre incluye varios pasos clave: inventar el riesgo de una epidemia desastrosa, incriminar a un patógeno esquivo, ignorar las causas tóxicas alternativas, manipular la epidemiología con números no verificables para maximizar la falsa percepción de una catástrofe inminente y prometer la salvación con vacunas. Esto garantiza grandes rendimientos financieros. Pero, ¿cómo es posible lograr todo esto? Simplemente confiando en el activador más poderoso del proceso humano de toma de decisiones: EL MIEDO.
No estamos presenciando epidemias virales; estamos presenciando epidemias de miedo. Y tanto los medios de comunicación como la industria farmacéutica tienen la mayor parte de la responsabilidad de amplificar los miedos, miedos que, por cierto, siempre encienden negocios fantásticamente rentables. Las hipótesis de investigación que cubren estas áreas de investigación de virus prácticamente nunca se verifican científicamente con los controles apropiados. En cambio, se establecen por “consenso”.
Luego, esto se transforma rápidamente en un dogma, perpetuado eficientemente de manera casi religiosa por los medios de comunicación, lo que incluye garantizar que la financiación de la investigación se limite a proyectos que apoyen el dogma, excluyendo la investigación de hipótesis alternativas. Una herramienta importante para mantener las voces disidentes fuera del debate es la censura en varios niveles, desde los medios populares hasta las publicaciones científicas.
No hemos aprendido bien de experiencias pasadas. Todavía hay muchas preguntas sin respuesta sobre las causas de la epidemia de gripe española de 1918 y sobre el papel de los virus en la poliomielitis posterior a la Segunda Guerra Mundial (¿neurotoxicidad del DDT?). Estas epidemias modernas deberían haber abierto nuestras mentes a
análisis más críticos.